
Acababa de salir el sol. Era primera hora de la mañana. Había quedado con Paola para desayunar y la esperaba en la cafetería observando los primeros rayos de luz. Llegó tarde y tenía mala cara.
―Disculpa el retraso ―dijo mientras se sentaba ―, he dormido muy mal.
Paola comenzó a contarme que tenía noticias terribles de su país. Hacía años que vivía en mi ciudad, pero su familia seguía viviendo donde ella nació. Su ciudad estaba cerrada, las calles patrulladas por policías, los supermercados estaban vacíos y empezaba a faltar comida. Había protestas en la calle y abusos policiales que se saldaban, con varios muertos cada día. Daba miedo ir por la calle.
―No dejo de darle vueltas, estoy asustada. Me preocupan mis padres, mi hermana y, sobre todo, mis sobrinos.
Empaticé en seguida con ella, noté su dolor y por unos momentos no supe que decirle.
―Tranquila, no pasará nada ―le dije, intentando animarla.
La situación era horrible, pero yo tenía claro que su sufrimiento era gratuito, que no tenía ningún sentido. Ese miedo solo estaba en su cabeza. La situación era real, lo que ella pensaba que pasaría, solo era su imagen mental.
Yo ya me había dado cuenta, de que de todas las historias que me había contado durante mi vida, basadas en mi miedo, ninguna se había cumplido, y que si había pasado algo parecido a lo que había pensado, nunca había sido cómo yo me lo había imaginado.
―Está todo muy mal y tengo mucho miedo de que les pase algo. Si sucede alguna cosa yo no lo voy a poder soportar, no lo resistiré ―expresó con tono lloroso.
Su mente vivía en una realidad paralela en la que imaginaba lo peor para su familia, y para ella. En un futuro que no era real, más allá de sus pensamientos, basados, eso sí, en un presente real.
¿Cómo podía explicarle eso para que dejase de sufrir? Esta realidad en la que se había instalado no existía, era una historia imaginada. Historia que solo tenía lugar en su pensamiento.
Al mismo tiempo me di cuenta de que ella me hacía sufrir a mí. Que en mi cabeza imaginaba como se sentía, empatizaba con su emoción y eso me provoca tristeza a mí. ¡Qué ironía! Ahora éramos dos las que estamos viviendo una emoción negativa basada en algo que no había sucedido.
Empiezo a darme cuenta de que en esta manera que tenemos de vivir, algo no tiene sentido. Sin ser conscientes, pasamos parte de nuestra vida viviendo bajo emociones generadas de simples imágenes mentales que no existen. Visto así, ¡parece absurdo!
¿Cómo explicarle a Paola lo que le estaba pasando? Recordé que yo ya había vivido gran parte de mi vida así y le expliqué una de mis experiencias:
―Aunque la situación sea distinta, yo también he pasado por esto, sin poder dormir y pensando en lo peor. Cuando mi hija empezó a salir por la noche, sufría mucho. Cuando descubrí que lo que me pasaba es que yo quería tenerlo todo controlado, todo cambió. Mi cabeza pensaba en todas las posibles cosas que podían pasar y cómo solucionarlas, creyéndome que así conseguiría que no pasara nada. Querer tener controlada la situación me llevaba al sufrimiento y al mismo tiempo, al descontrol, al miedo y a enfadarme con ella si no hacía lo que yo le decía.
Darme cuenta de que no podía controlar lo que iba a suceder, y que por más que sufriese lo que tenía que pasar, pasaría, me liberó.
Paola apenas había probado el bocadillo que había pedido.
―No es fácil ¿verdad? ―dijo mientras me miraba, tomando un sorbo de café.
En la vida hay que mover ficha, pero encontrar el punto medio entre control y movimiento no es tan sencillo. Dejar fluir la vida y que las cosas sucedan, al mismo tiempo que intentar seguir el camino que queremos, requiere estar en presente, y no nos han educado así.
Hemos crecido recordando un pasado e intentando imaginar un futuro. Y nos hemos olvidado del presente. Cambiar este hábito requiere ser consciente de ello.
―Mira, es como jugar una partida al parchís en la que puedes estudiar las jugadas y colocar las fichas estratégicamente pero nunca podrás controlar los números que salen en los dados. Vivir el tablero, en presente, mover una ficha intentando hacer la mejor jugada, y dejar que las cosas pasen. Esto es lo único que puedes hacer. Puedes jugar pensando todas la combinaciones posibles, pero nunca podrás controlar el número que saldrá en los dados y el movimiento de tu contrincante. Una vez que tiras los dados, en una nueva jugada, tendrás que adaptarte a la situación, y mover de nuevo tus fichas, intentando hacerlo de la mejor manera posible, para volver a dejarte fluir por los siguientes movimientos de la partida.
―Y ¿Cómo podemos parar la mente? ― preguntó, mientras empezaba a comer
―El primer paso es ser consciente de ello. Saber que me engancho en una simple historia mental. No podemos dejar de hacer algo que no somos conscientes que estamos haciendo.
Paola me miraba pensativa, sus ojos se movían buscando imágenes en su cabeza, pensando cuantas veces había vivido así
―También es importante darnos cuenta de que estamos enganchadas al sufrimiento. En realidad, estos pensamientos nos llevan a uno de nuestros pasatiempos favoritos: sufrir, y por eso nos enganchamos― le expliqué ― Además, parece que, si no sufres, no quieres a tu gente, y no es así. Nada más lejos de la realidad. Pero esa creencia también la tenemos muy arraigada.
―Suena muy fuerte ¿verdad? ―preguntó.
―¡Si! Y aunque yo no era consciente de ello, he vivido muchos años así ― añadí.
Paola estaba más tranquila, y mientras acaba su bocadillo, me dirigí a pagar la cuenta, se había hecho tarde. El sol ya lucía completamente y su luz entraba en la cafetería haciendo brillar los azucareros metálicos. Parecía una fiesta de luces y colores.
«¡Qué maravilla!» pensé, intentando respirar ese momento presente.
Paola se levantó y me dio un abrazo, mientras confirmaba que la semana siguiente volveríamos a desayunar juntas.
«¡Que abrazo tan lindo!» Estos son los momentos que hay que gozar, porque son mi única realidad presente.
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¿Le das vueltas y vueltas a las cosas pensando qué puede suceder? ¿Piensas en todo lo malo que puede pasar? ¿Vives prediciendo un futuro basándote en experiencias pasadas y te olvidas del presente?
Te invito a hacer una reflexión: ¿Cuántas veces ha sucedido aquello, que tanto has sufrido, pensando que pasaría? ¡Sé sincera contigo misma! quizás se ha cumplido alguna vez, pero… ¿Cuántos pensamientos has tenido? Generamos alrededor de 60.000 pensamientos en un día ¿Por qué no generarlos divertidos?
Estas películas mentales casi siempre pasan en tu cabeza nunca en la realidad, lo que si que pasa es tu tiempo, mientras vives en otra realidad sin disfrutar de tu presente.
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